Desde que entraron a la sala, algo cambió en el aire. Frente a una decena de jueces y un público atento, seis estudiantes de Tecmilenio Reynosa se pusieron de pie, tomaron posición y abrieron un juicio. El acusado: el plástico. La víctima: el planeta. El jurado: especialista en emprendurismo. Y en el banquillo de testigos, una alternativa humilde y poderosa: el sorgo.
Así comenzó la presentación de SorGum, el proyecto que se llevó el primer lugar nacional en la categoría Mentoractus de Enactus México 2025. Pero lo que conquistó al jurado no fue solo la idea —que busca reemplazar empaques plásticos con material biodegradable a base de sorgo—, sino la manera en que la contaron: con energía, inteligencia escénica y una narrativa que atrapó desde el primer segundo. El juicio al plástico no fue solo una puesta en escena: fue una declaración de principios con precisión técnica, voz colectiva, creatividad y convicción profunda.
Llegar a ese momento no fue sencillo. Lo que se vio en el escenario fue el resultado de meses de trabajo intenso: investigaciones sobre residuos agrícolas, visitas a campos de cultivo y maquiladoras, entrevistas con expertos, análisis de viabilidad, y un sinfín de ensayos para lograr una presentación que combinara datos duros, sensibilidad ambiental y creatividad. En ese camino, las integrantes del equipo pusieron en juego algo más que conocimiento académico: aplicaron habilidades de storytelling, pensamiento crítico, análisis de mercado y, sobre todo, un trabajo en equipo ejemplar.
Fátima Tiscareño, Grecia Orozco, Juliette Garza y Michelle Sotullo —estudiantes de Comercio y Negocios Internacionales—, junto con Ángela Estefanía y Ángela Wong —de Administración de Empresas—, construyeron un proyecto que aún está en etapa de prototipo, pero que ya perfila con fuerza hacia el futuro. En esta entrevista, nos cuentan cómo nació la idea, qué aprendieron del proceso, y qué sintieron al presentar su caso frente a empresarios de todo el país. Esto es SorGum contado por quienes lo están haciendo realidad.
¿De dónde nació la idea de SorGum?
Fátima Tiscareño: la idea surgió durante una sesión de lluvia de ideas con personas de ingeniería y nuestro equipo. Coincidimos en que el embalaje es un problema que debe atenderse. Al mismo tiempo, reconocimos que el sorgo es muy común en nuestro estado, pero no se está aprovechando como podría. Eso nos llevó a pensar en unir ambos problemas y proponer una solución conjunta.
¿Cómo fue pasar de una idea a un prototipo real?
Juliette Garza: fueron varias emociones. Primero, encontrar el sorgo, luego descubrir que guarda humedad. Tuvimos que hacer muchas pruebas. Visitamos varias empresas en la ciudad y nos preguntaban si protegía igual que el papel burbuja tradicional. Eso nos retó a afinar el producto.
¿Qué tipo de acompañamiento recibieron por parte de Tecmilenio?
Ángela Estefanía: contamos con el apoyo de nuestro coach, el profesor Iracheta, y todo el equipo de apoyo como Jess, la maestra Claudia y el director. Nos ayudaron incluso con un director de teatro para mejorar nuestro storytelling y nos impulsaron a salir al campo, visitar maquiladoras y aprender sobre el sorgo de primera mano.
¿Qué habilidades desarrollaron gracias a este proyecto?
Fátima Tiscareño: aprendimos muchísimo. Al principio cada una tenía sus propias habilidades, pero este proyecto nos empujó a salir de nuestra zona de confort. Pararte frente a un jurado, proyectar entusiasmo y hablar con pasión del proyecto fue un reto enorme. Pero fue lo que nos unió como equipo.
¿Cómo construyeron una presentación tan memorable?
Juliette Garza: queríamos algo fuera de lo común. Fátima propuso desde el principio que debía ser diferente, que llamara la atención desde el primer segundo. Y funcionó, los jueces conectaron con nuestra historia.
¿Cuál fue el mayor desafío al que se enfrentaron?
Juliette Garza: aprender de agronomía. Estudiamos Comercio y Administración, no teníamos idea. Tuvimos que meternos en un mundo nuevo y aprender nuevos conceptos.
Ángela Estefanía: además, conectar con personas del campo. Algunas nunca habíamos vivido esa experiencia. Fue algo muy bonito y un gran reto. También conocer el sorgo y las compañías que lo trabajan, tienen un proceso maravilloso desde el campo.
¿Cómo les transformó Enactus como estudiantes?
Ángela Estefanía: Enactus me ayudó a desarrollar nuevas habilidades. Antes era muy insegura al hablar en público, me ganaban los nervios y hasta me daban ganas de llorar. Pero la competencia me ayudó a descubrir que puedo hacerlo, que sí tengo habilidades que no conocía.
¿Qué han aprendido del proceso, aunque el prototipo aún no esté terminado?
Fátima Tiscareño: este proceso nos enseñó mucho, sobre todo a no tenerle miedo al error. A veces todo va bien, pero también hay momentos en los que las cosas no salen como esperas. Y eso no está mal. Lo entendimos como parte del crecimiento. Cada retroalimentación fue una oportunidad para mejorar. Aunque el prototipo no está terminado, seguimos avanzando. Incluso una empresa nos dijo que necesitaban propiedades antiestáticas, y ese tipo de exigencias nos impulsan a pensar diferente, a buscar nuevas soluciones. Es un reto constante, pero lo asumimos con ganas.
¿Qué se llevan de la experiencia de Enactus?
Juliette Garza: en lo personal, Enactus me dejó muchísimo. Me llevo el conocimiento, pero también la energía de creer que todo es posible. Antes me ponía límites, pensaba que ciertas cosas eran inalcanzables. Pero esta experiencia me demostró que, si te lo propones y trabajas en equipo, puedes lograr lo que te imaginas. Desde que empezamos con SorGum, para mí ya habíamos ganado. Todo lo que vivimos, las personas que conocimos y lo que aprendimos lo vale por completo.
Aunque el prototipo aún se encuentra en desarrollo, el equipo tiene claro que esto no termina con un premio. El siguiente paso es perfeccionar el material, continuar validándolo con la industria y fortalecer los vínculos con personas expertas que las han acompañado en el camino. Más allá del proyecto en sí, SorGum dejó una semilla de emprendimiento y conciencia ambiental que seguirá creciendo en cada una de ellas. Porque cuando una idea nace del compromiso con el planeta y la comunidad, no se detiene en un salón: evoluciona, inspira y abre camino para lo que viene.

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