Los medios, la verdad y la posverdad: Osuna y Ruzzarin dialogan con estudiantes de Tecmilenio Las Torres

Por: Tecmilenio
octubre 01 2025

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El auditorio de Tecmilenio Las Torres lució a tope. Estudiantes de licenciatura ocuparon cada fila, mientras cientos más siguieron la transmisión desde los 31 campus. El título prometía y cumplió: “Los medios y las formas”. Durante dos horas, Diego Ruzzarin y Daniel Osuna desmontaron rutinas de consumo informativo, marcaron límites sanos para la atención y ofrecieron una ruta para sostener el pensamiento crítico en tiempos de posverdad.

Daniel Osuna habló primero y partió de una premisa optimista: “Debe haber optimismo en pensar que debe haber un mundo en el que queremos vivir mañana”. Con esa brújula repasó el pacto social que dio sentido a los medios como cuarto poder: base legal, contrapeso democrático y formación profesional especializada, con ética, redacción y fuentes. 

Osuna compartió una historia abreviada de los medios que comienza con la imprenta de Gutenberg, sigue con la penny press del siglo XIX y, ya en este siglo, llega al periodismo ciudadano y la figura del influencer. Todos estos desarrollos muestran una constante: cada salto tecnológico reordena incentivos.

Osuna explicó el quiebre de la era 24/7: hubo que llenar el aire “a todas horas”, y la opinión resultó más barata que reportear hechos, además de producir más controversia. Nacieron métricas que miden entretenimiento —rating, share— y un “capitalismo del entretenimiento” que compite por controlar narrativas. El problema no es la opinión, advirtió, sino “disfrazar el entretenimiento de noticias”. Internet, sin filtros de verificación, permitió que comunidades con ideas falsas —desde terraplanistas hasta grupos antivacunas— lograran influencia masiva. “El internet no sólo democratizó la información, también la desinformación, que resulta más viral que la verdad”.

La segunda sacudida llegó con el giro de la audiencia: dejó de ser cliente para volverse producto. Plataformas y medios venden atención, datos y emociones. Ya no se trata de informar, sino de enganchar. Los gobiernos también vieron a los medios como negocio, y eso erosionó el incentivo para periodismos largos que exigen meses. Se impusieron motivaciones claras —data, engagement, poder— y sistemas que incluso moldean deseos. Resultado: “Antes, la verdad era un producto terminado; hoy es una conversación sin fin y sin moderador”. Para no naufragar, conviene distinguir entre hecho verificable, opinión experta y opinión fundamentada; y separar percepción (lo que se siente) de perspectiva (lo que surge de la empatía y la razón).

Después, Diego Ruzzarin, el esperado influencer, abrió con una provocación útil: hoy se buscan “armas de resistencia” para un entorno donde los hechos ya no corrigen opiniones con facilidad. “Cambiar de opinión es casi contranatural”, señaló, recordando a Spinoza: “La libertad es la ignorancia subjetiva de las causas que nos condicionan”. Ese recordatorio cae hondo en un ecosistema donde empresas de comunicación, antes que comunicadoras, son empresas: “los medios funcionan rentabilizando su espacio de atención”, remató. La idea se entiende sin rodeos: si el modelo de negocio premia clics, la conversación pública corre el riesgo de volverse un catálogo de estímulos. La “sociedad del espectáculo” deja de ser una metáfora para volverse la interfaz cotidiana de las relaciones; “nuestras relaciones personales están mediadas por imágenes” y por algoritmos que priorizan lo que conviene al inventario de anuncios.

Ruzzarin tocó un dato incómodo: por cada pieza periodística creada por una redacción, circulan decenas de contenidos patrocinados; la proporción “60 a 1” dibuja una desventaja estructural para la verificación. ¿Consecuencia? Lo que “la mayoría opina” no gana estatuto de verdad por aclamación. La confianza no se vota: se construye con método, evidencia y apertura para revisar convicciones.

La audiencia salió con incomodidades fértiles. Hubo risas nerviosas cuando la pantalla mostró líneas de tiempo donde la velocidad del scroll supera cualquier sala de redacción; hubo también libretas llenas de apuntes para cambiar hábitos. Ese es el mérito de un buen encuentro universitario: provocar preguntas que se quedan trabajando en el trayecto a casa.

En Tecmilenio, estas conversaciones se integran a una formación que cuida tanto la competencia intelectual como el bienestar y el propósito. El aprendizaje no se reduce a “qué pensar”, sino a “cómo pensar mejor” y “para qué pensar”, de modo que las decisiones personales y profesionales sostengan coherencia ética y sentido de futuro. Con foros como “Los medios y las formas”, el campus confirma que la vida universitaria no sólo transmite contenidos: invita a deliberar con rigor, a reconocer sesgos y a construir criterio en comunidad. Ese es un buen lugar para empezar a vivir en el mundo que queremos mañana.

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