Recuerdo que cuando estaba en la primaria, los maestros calificaban con una letra grande y roja en la esquina superior derecha de la hoja de trabajo. Comúnmente, la mayoría de los alumnos, obteníamos una “B”, “C”, o “D”, algunos cuantos lograban una “A” o “A+” y otros pocos obtenían la “F”. Este último caso era lo peor que podía sucederte. Obtener una “F” y llegar a casa con esa marca, era un castigo seguro, tanto de parte de tus padres como por uno mismo, por toda la onda de emociones y pensamientos negativos que venían después de eso y, sobre todo, por el temor y ansiedad que provoca ante nuevos y más complejos retos en la escuela.
Yo creo que, si vamos a tener una nomenclatura de evaluación, deberíamos agregar otras letras, como la “P” de Positividad, la “I” de Involucramiento, la “R” de Relaciones Positivas, la “L” de Logro y la “S” de Significado. Esto proporcionaría una perspectiva más completa de lo que sucede en el aula, pues el bienestar y la academia son interdependientes y forman parte de un mismo fenómeno: el aprendizaje. Cierto, estos elementos van más allá de la evaluación académica, aunque, sin duda, inciden en ella y, definitivamente, de manera positiva.
Las prácticas educativas positivas nos proporcionan evidencia sobre los beneficios de promover este tipo de elementos en la escuela y, nosotros, como docentes, debemos buscar formas de implementarlas a favor de nuestros alumnos y su experiencia de aprendizaje. Por ejemplo, el bienestar y la experiencia de logro de los alumnos mejoran cuando se les proporcionan oportunidades en la escuela y en la comunidad para desarrollar un sentido de significado y propósito (Noble & McGrath, 2008).
Significado y propósito son dos elementos distintos. Por un lado, el significado es un concepto superior que abarca dos dimensiones (Steger, 2009; Steger et al., 2006, citados en Steger, 2012): la primera es la comprensión, que es la habilidad de dar sentido y entendimiento sobre la vida, incluyendo a uno mismo, el mundo, y cómo uno mismo forma parte del mundo y opera en él; la segunda es la de propósito, que conforma las aspiraciones a largo plazo y motivan las acciones relevantes (Steger, Sheline, Merriman & Kashdan, en 2013).
De esta manera, para ayudar a que los alumnos construyan un significado sobre su aprendizaje y encuentren un propósito sobre lo que realizan en la escuela, los docentes pueden seleccionar proyectos o actividades que ayuden a los alumnos a crear significado o propósito (Noble & McGrath, 2008), como:
De esta manera, los alumnos que participan en este tipo de actividades, pueden obtener notas relacionadas a la vivencia de bienestar, adicionales a las notas académicas comunes. En esencia, no asignemos solo la “F” para demostrar problemas o dificultades del aprendizaje, sino una “S” que complemente y demuestre que el alumno experimentó una experiencia positiva en el aula y que generó un impacto positivo en su entorno, creando así una experiencia de aprendizaje memorable y motivando a que los alumnos sigan buscando trascender. Para el alumno, esto generará emociones positivas y para el docente, un enfoque sobre la virtud y no solo de carencia.
Así, un día, llegar a la casa y mostrar que obtuviste una “S” será sorprendente y significativo, no una feroz y funesta “F”, que limitará las aspiraciones futuras.
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