Reconocer que alguien ha hecho algo bueno por nosotros, aumenta la felicidad y el bienestar.
Desde que un niño es pequeño, por lo general su madre o cuidadora principal se preocupa de que aprenda a dar las gracias. Si has viajado a un país en el que hablan un idioma que no conoces, seguramente has experimentado lo útil que es aprender a dar las gracias en ese idioma desconocido, aunque no sepas decir nada más. Decir “gracias” abre las puertas y facilita el trato, aun con quienes pertenecen a culturas muy diferentes a la nuestra. Pero más allá de los buenos modales, ¿qué efecto tiene ser agradecido? La gratitud es la virtud que nos hace reconocer todo lo que hemos recibido, el filósofo francés André Comte-Sponville señala “que nadie es causa de sí mismo, ni (por lo tanto) de su alegría”[1].
La palabra gratitud proviene del latín gratus, que significa agradable, agradecido. El Diccionario de la Real Academia Española la define como: “Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”. La gratitud, por tanto, suscita una emoción placentera que me lleva a una acción en favor de mi bienhechor.
En el tratado que clasifica las fortalezas de carácter, Chris Peterson y Martin Seligman ubican a la gratitud dentro de las virtudes trascendentes[2], que son las que nos conectan con los otros seres humanos, con el universo y con Dios, y contribuyen a dar sentido a nuestras vidas.
Agradecer es reconocer
Como fortaleza de carácter, la gratitud es una sensación de reconocimiento y alegría en respuesta a haber recibido un regalo, ya sea un beneficio tangible por parte de una persona concreta o un momento de paz evocado por la belleza de la naturaleza. Hay un reconocimiento de haber recibido algo —que incluso puede ser el regalo haber sido librado de algún mal, es decir, de haber sido protegido— así como aprecio y reconocimiento del valor de ese don. “La gratitud”, dice André Comte-Sponville, “es la alegría de la memoria”[3]. George Simmel, un importante sociólogo de principios del siglo XX, señaló que la gratitud es “la memoria moral de la humanidad”[4], pues “si todo agradecimiento fuera eliminado de repente, la sociedad, al menos como la conocemos, se desintegraría”. La gratitud tiene entonces una importante función de cohesión social.
La gratitud nos ayuda a centrarnos en la bondad del presente, es lo contrario de la nostalgia o añoranza del pasado y elimina la angustia por el futuro. La gratitud no es una emoción monolítica, sino que tiene varias dimensiones:
1. Puede variar en intensidad, que tan agradecido me siento de acuerdo a cierta circunstancia;
2. Puede variar en frecuencia, si me siento agradecido varias veces al día o sólo de vez en cuando en la semana;
3. Puede variar en rango, algunas personas se sienten agradecidas por numerosas circunstancias de su vida (familia, trabajo, salud), mientras que otras sólo agradecen un aspecto;
4. Puede variar en densidad, es decir, por el número de personas hacia las que siento agradecimiento.
Robert Emmons, uno de los investigadores más importantes del tema de la gratitud, señala que esta virtud está ligada a “una sensación de asombro, agradecimiento y aprecio por la vida”[5]. Sin una perspectiva amplia de la vida, es difícil reconocer cómo los otros contribuyen para hacerla mejor. La gratitud se facilita cuando existe capacidad de reflexión y contemplación, de saborear las experiencias positivas de la vida y la habilidad de renunciar a la autosuficiencia, para reconocer las contribuciones de otros a nuestros éxitos o nuestro bienestar. La gratitud hace más grande el gozo y la alegría.
[1] Comte-Sponville, André. Pequeño tratado de las grandes virtudes. Editorial Andres Bello. P. 137.
[2] Peterson, Christopher; Seligman, Martin E.P.Character Strenghts and Virtues. A Handbook and Classification. APA, OxfordUniversity Press. Nueva York, 2004. P. 519.
[3] Comte-Sponville, André. Op. Cit. P. 170.
[4] Peterson, Christopher; Seligman, Martin E.P.Op. cit. P. 556.
[5] Citado por Lyubomirsky, Sonja. The How of Happiness. Penguin Books. USA 2007. P. 89