Una de las grandes preocupaciones que muchos padres comparten en la actualidad es el bullying o acoso escolar. De acuerdo con información de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), en México, cerca de 28 millones de estudiantes sufren algún tipo de acoso escolar o bullying, ocupando con esta cifra el primer lugar a nivel mundial.
Posiblemente la primera idea que ronde por tu mente sea: “voy a cambiar a mi hijo de escuela”, sin embargo, antes de tomar esta decisión radical es importante entender qué es y cómo detectarlo para poder ayudar realmente a tu hijo o hija si se encuentra en esta situación.
Se considera acoso escolar cuando existe un maltrato entre iguales. Es una forma de violencia caracterizada por ser intencional y recurrente, buscando humillar y hacer daño a la víctima, que queda indefensa ante su atacante, quien tiene mayor fuerza o poder a nivel físico, psicológico o social.
Es importante distinguir los diferentes tipos de acoso:
En ocasiones es difícil diferenciar entre “solo tuvo un mal día” de un “está siendo víctima de bullying”, por eso es importante que pongas atención en ciertos comportamientos que podrían indicar que tu hijo está siendo víctima de acoso escolar.
Sabemos que en general muchos jóvenes no quieren asistir a clases, sin embargo, es importante atender, cuando lo exprese directamente, los motivos por los que no tiene deseos de asistir.
También es relevante prestar atención cuando esta evasión se genera de manera indirecta, como puede ser el caso que invente excusas, como estar enfermo, para no acudir a la escuela.
Incluso si es “cliente frecuente” de irse de pinta, será importante que revises el motivo por el que evita ir o permanecer en el colegio.
Si repentinamente lo notas apático, triste, apagado, incluso más irritable o con mayor ansiedad de lo habitual.
Es probable que, si está sufriendo acoso, tenga menos apetito del habitual, o, todo lo contrario, que coma más, ya sea porque le roban su comida o porque la ansiedad incrementa su necesidad de comer.
Es probable que, al no saber cómo lidiar con todas las emociones que lo agobian, tenga dificultad para conciliar el sueño. Puede ser que se despierte con mucha frecuencia, o que sufra de terrores nocturnos y pesadillas.
Cualquier diferencia que llame tu atención en su manera de actuar. Puede ser que esté más callado o retraído, que aparezcan tics, alguna modificación en sus modales, que su trato con familiares o amigos se vuelva hostil o agresivo, incluso que deje de realizar actividades que le interesaban o generaban placer.
Como es de suponer, siendo víctima de acoso escolar, el miedo, ansiedad y preocupación puede provocar que pierda su concentración o hasta que le sea difícil seguir el ritmo de las clases. Si a esto le sumamos el ausentismo, será casi imposible que logre completar los temarios de los cursos.
Arañazos, moretones, cortadas, ropa rota o desgarrada, lesiones o marcas, son de las evidencias más visibles.
El primer paso, siempre, será hablarlo. Si tu eres quien sospecha o lo descubre a través de la identificación de las señales claras, acércate y aliéntale a hablar.
Es una práctica muy frecuente entre las víctimas de violencia no contar lo que están viviendo. Es importante que le ayudes a romper el silencio. Empatiza con él, muestra comprensión ante su miedo y jamás dudes de sus palabras, ¡créele!
Cuando tu hijo hable de lo que está pasando, es importante que escuches libre de juicio, haz preguntas abiertas para invitarle a expresarse al máximo, y que, a través de mantenerte en calma, le brindes la seguridad de que esa situación se resolverá.
Con este primer gran paso dado, lo siguiente que te recomendamos hacer es:
Recuerda que ante la sospecha o confirmación de bullying, debemos actuar, ya que el dolor y el sufrimiento no forman parte del currículum académico.
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